miércoles, 7 de agosto de 2013

Paulo VI: la gratitud de la fe. Autor: Mons. Eugenio Andrés Lira Rugarcía Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

El día de ayer, Fiesta de la Transfiguración del Señor, se cumplieron 35 años desde que Dios llamó al cielo a su Siervo el Papa Paulo VI, a quien correspondió retomar el Concilio Vaticano II convocado por su predecesor el beato Juan XXIII, y llevarlo a término. En la última sesión, Paulo VI afirmaba que el Concilio –del que estamos celebrando el quincuagésimo aniversario– entrega a la posteridad la imagen de la Iglesia y el patrimonio de su doctrina y de sus mandamientos, recibidos de Cristo, idóneos para quien quienquiera alimentar su propia existencia[1].

Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, nació el 26 de septiembre de 1897 en Concesio, Brescia. Fue ordenado sacerdote en 1920. Habiendo estudiado Derecho Civil y Canónico, así como Filosofía y Letras, ingresó a la Academia Pontificia Eclesiástica. Luego de prestar servicios en la Nunciatura Apostólica en Polonia, fue nombrado Sustituto para los Asuntos Ordinarios de la Secretaría de Estado del Vaticano. Bajo el pontificado de Pío XII fue responsable de organizar el extenso trabajo del cuidado de refugiados políticos durante la Segunda Guerra Mundial. 

En 1954 fue consagrado Arzobispo de Milán. Por su mensaje social del Evangelio y su cercanía a los obreros fue llamado "Arzobispo de los trabajadores". Además, fue gran promotor de la educación y de la prensa católicas. En 1958, Juan XXIII le hizo Cardenal, y le encomendó trabajar en las comisiones Central preparatoria y Técnica de la Organización del Concilio Vaticano II.

Tras la muerte de Juan XXIII, Montini fue elegido Sumo Pontífice el 21 de junio de 1963 y tomó el nombre de Paulo VI. Continuó los trabajos del Concilio, que terminó en 1965. Creó nuevos dicasterios y secretariados en la Curia Romana, para responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo. Favoreció el diálogo con la cultura, con las diversas denominaciones cristianas y con diferentes religiones, y contribuyó a extender la labor social y caritativa de la Iglesia.

Deseoso de cumplir el mandato de Cristo que nos ha enviado a anunciar el Evangelio a todas partes, fue el primer Papa en usar un avión para sus numerosos viajes en Italia y el extranjero, siendo el primero en visitar los cinco continentes en 9 viajes pastorales internacionales.

Su profundo pensamiento se expresa en sus encíclicas Ecclesiam suam, Populorum progressio y Humanae Vitae; en su Carta Octogesima adveniens, en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, y en su profesión de fe, conocida como Credo del Pueblo de Dios.

Paulo VI fue llamado a la vida eterna el 6 de agosto de 1978. En su testamento espiritual dejó escritas estas hermosas palabras: “Ahora que la jornada llega al crepúsculo y todo termina y se desvanece esta estupenda y dramática escena temporal y terrena, ¿cómo agradecerte, Señor, después del don de la vida natural, el don muy superior de la fe y de la gracia, en el que únicamente se refugia al final mi ser?”[2].

Ojalá que, como el Papa Paulo VI, también nosotros valoremos el don inigualable de la fe; lo alimentemos y lo testimoniemos, comunicando a cuantos tratan con nosotros la alegría de creer en Dios.

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[1] Alocución en la última sesión pública del Concilio Ecuménico Vaticano II, 7 diciembre 1965.

[2] www.vatican.va.

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