miércoles, 20 de junio de 2012

Oración al Cristo de los refugiados

Jesús, nuestro Señor y Hermano, presta tus oídos a nuestra pobre oración:

Somos nosotros, tus amigos, tus hermanos y hermanas, compañeros de camino de tus refugiados. Recordamos hoy a otro de tus amigos, que pasó su vida buscando tu rostro: tu siervo Pedro Arrupe, ‘un fuego que encendió muchos fuegos.’ Fue él quien nos enseñó que a ti te gusta esconderte allí precisamente donde a la humanidad se le niega su increíble y más espontánea belleza.

La verdadera humanidad y el canon de su verdad no están a la venta en el centro de nuestras ciudades, sino en los barrios abandonados a su mala suerte, en los campos de refugiados, en los rincones del mundo donde la humanidad sufre y es oprimida o excluida. Allí es donde te podemos encontrar a ti y donde podemos redescubrir nuestro propio corazón. Cuando nos acercamos al borde, al límite de lo humano, es cuando descubrimos el centro, tu centro y nuestro centro.

Tus caminos no son nuestros caminos, ni tus modos de hacer son como los nuestros.

Jesús, hermano y amigo nuestro, ábrenos los ojos del corazón para que sepamos buscarte donde realmente estás, esperando y clamando por nuestra atención. Que nunca pasemos de largo sin darte esa sonrisa que necesitas, que nunca pasemos de largo como si no existieses, o fueses invisible en las bellas calles de nuestra ciudad. Que jamás se nos ocurra pensar que tienes menos derecho que nosotros a vivir y gozar. Que redescubramos en ti, forastero, emigrante, refugiado y “diferente”, esa humanidad que estamos siempre a punto de perder.

También tú, como muchas de nuestras hermanas y hermanos refugiados, tuviste que dejar tu pueblo para poder nacer, tuviste que dejar tu país para poder sobrevivir, tuviste que esconderte para esquivar miradas hostiles de las autoridades, tuviste que llorar el más completo abandono en la cruz. En torno a nosotros encontramos cientos de nuestros hermanos y hermanas que han tenido y tienen la misma experiencia. Ellos nos pueden ayudar a entenderte y a ver de nuevo tu rostro, esta vez con rasgos africanos, eslavos, asiáticos, distintos a los nuestros. Guíanos, Jesús “del mal aspecto”, para no perder esta gran oportunidad de encontrarnos contigo y cambiar finalmente de corazón.

Cambia, Jesús hermano, nuestro modo de ver y de sentir ante el prójimo. Que al oír sus historias no digamos ya más “qué pena”, “qué horrible”. Que te veamos a ti en esas historias y podamos sentir en nuestros corazones “así vivió Jesús”. No es con personas marginales con quien nos encontramos sino contigo y, en ese encuentro, ayúdanos a volver a nacer, con una nueva humanidad.

Amén.

Padre General de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás SJ

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