miércoles, 22 de febrero de 2012

La Cuaresma. Mensaje de Mons. Carlos Quintero Arce Arzobispo Emerito de Hermosillo.

Mons. Carlos Quintero Arce. Arzobispo de Hermosillo
1.- Cuaresma es el tiempo de 40 días que nos prepara para la celebración de la Pasión. Tiempo muy valioso e importante porque lo inauguró el Señor Jesús cuando antes de ser tentado por el demonio ayunó 40 días y 40 noches sin tomar alimento (San Mateo 4,1-3). Debemos ser todos asiduos a la oración, mirando al encuentro definitivo con Jesús en la Pascua Eterna obteniendo una mayor abundancia en la vida nueva en Cristo el Señor.


Aunque ésta vida nueva ya se nos trasmite en nuestro bautismo. El hecho de que nuestro bautismo lo recibamos en la infancia nos asegura de que nadie de nosotros nos merecemos con nuestras fuerzas la vida eterna, sino que es la misericordia de Dios la que nos enriquece gratuitamente con su gracia.


Debemos de considerar nuestro Bautismo no como un rito pasado sino como el encuentro con Cristo que trasforma toda nuestra existencia y nos da la vida nueva divina. Y nos llama a la conversión iniciada y sostenida por la gracia para llevarnos a alcanzar la talla adulta de Cristo.


Quiero, por tanto, insistir en el nexo particular que vincula el bautismo con la cuaresma, como momento favorable para experimentar la gracia que salva: La Iglesia asocia la vigilia pascual y la celebración del bautismo, en este sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado y participa de la vida nueva en Cristo Resucitado y recibe al Espíritu Santo que resucitó a Jesucristo de entre los muertos: Reavivamos, por tanto, en ésta cuaresma este don gratuito del Señor y vivamos el bautismo como un acto decisivo en nuestra existencia.


2.- En cada Cuaresma emprendemos el camino hacia la Pascua y nos preparamos a su celebración porque las mortificaciones corporales propias de este tiempo cuaresmal dan en nosotros verdaderos frutos espirituales. Sin duda lo más adecuado que nos puede guiar a la fiesta de la Resurrección del Señor es la Palabra de Dios por eso el Papa Benedicto XVI nos propone que meditemos los textos evangélicos que haremos en cada domingo de cuaresma y que nos guían a un encuentro interno con el Señor, como lo debe tener cada cristiano en su entrega a Él.


Los primeros convertidos son los hombres que cambiaron el rumbo de su vida al contacto con Dios (Abraham, Moisés, David, Isaías, Jeremías). La palabra de Dios pudo en ellos más que su propio egoísmo o problemas para seguirlo (cfr. Jeremías 3,21-25; Miqueas 6,8). Los profetas insisten en una conversión interior. No basta llorar y suplicar, sino que se impone también “rasgar el corazón” es decir: cambiar de sentimientos, de modo de pensar y de actuar.


Esta “conversión continua” tiene como motivación única para los hijos del Reino la rectitud interior en todas las practicas y actos, tanto religiosos como humanos (ej. Del ayuno. Oración y limosna. cfr.San Mateo 5,1-6.16-18). Ello supone una “conversión” de los motivos puramente humanos (aparentar, egoísmo, el que dirán, el interés) al único motivo espiritual (“Dios que ve lo secreto”).


La conversión no debe de tener un signo individualista, sino servir para bien de los demás. Urge llevar la Palabra de Dios y el testimonio de vida a los que no creen o tienen débil su fe y convertir no sólo al individuo, sino a los grupos humanos como son: familia, amigos, empresa, parroquia. Y las mismas estructuras, leyes y forma de vivir.


3.- La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.


El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.


Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12).



+ Carlos Quintero Arce
Arzobispo Emérito de Hermosillo

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