lunes, 29 de diciembre de 2008

Homilía de Navidad . Emmo. Sr; Cardenal Francisco Robles Ortega. Arzobispo de Monterrey


Muy queridos hermanos y hermanas, todos en Jesucristo nuestro Señor.

A la palabra de Dios que se nos proclamó en la primera lectura, nosotros hemos respondido: "Hoy nos ha nacido el salvador", esta es una confesión de fe, esta es una proclamación de la certeza que nosotros tenemos de que Jesucristo es nuestro salvador.

Hoy nos ha nacido el salvador, este nuestro hoy está íntimamente ligado al hoy de hace dos mi años y que acabamos de escuchar en la narración del Evangelio, hace dos mil años el Hijo eterno del Padre, habiéndose hecho carne, habiéndose hecho hombre en el seno purísimo de la Santísima Virgen María, en una noche santa como esta, nació para ser nuestro salvador.

Por eso nosotros decimos con toda verdad, con toda certeza: "Hoy nos ha nacido el salvador".

Es muy importante queridos hermanos y hermanas que meditemos el Evangelio, es el Evangelio el que nos reporta este acontecimiento de salvación, la circunstancia no es especialmente solemne, es una circunstancia que tiene un pretexto sociopolítico, socioeconómico como es la práctica de un censo.

Las autoridades de ese tiempo establecieron que se practicara un censo, José y María como todo ciudadano tenían que cumplir con ese requerimiento de las autoridades, y andando precisamente en el empeño de cumplir esta obligación, cuando le llegó a María la hora de dar a luz.

No es por tanto una circunstancia especialísima, es una circunstancia de la vida diaria, de la vida ordinaria, María y José estaban cumpliendo con esta práctica cuando le llegó a María la hora de dar a luz. Y no encontrando un lugar digno para que una mujer diera a luz, se salieron al despoblado, encontraron el lugar donde se refugiaban los pastores y ahí dio a luz María a quien es nuestro único y verdadero salvador.

Nacido en un contexto de pobreza, de inseguridad, de despojo, de total humildad, así nació nuestro salvador hace dos mil años, y hoy nosotros decimos llenos de gozo, llenos de esperanza: "Hoy nos ha nacido el salvador".

Si miramos nuestro entorno ahora, nuestro entorno económico, en nuestra patria y en el Mundo, no contemplamos nada prometedor, nada esperanzador, todo lo contrario como si se posara sobre el Mundo una nube de tinieblas en el aspecto económico. Si miramos el aspecto de la presencia y del avance de la violencia, tenemos que reconocer que sobre nuestra patria se ha cernido una nube de tiniebla, de temor, de inseguridad, respecto a nuestro inmediato futuro.

Si analizamos la crisis de valores por los que pasa la familia, por los que pasa la sociedad, tenemos que reconocer que sobre nuestras cabezas pesa una nube a veces de inseguridad, de corrupción y de no saber a ciencia cierta que va a ser de nuestras vidas, que va a ser de los jóvenes, que va a ser de los niños el día de mañana.

Tenemos ante nuestros ojos un panorama de oscuridad y de tiniebla. Tal pareciera que no hay futuro, no hay futuro para el Mundo, no hay futuro para nuestro México, no hay futuro para nuestra sociedad. Tal pareciera que se paró la historia y ya no hay salida hacia el futuro.

Nosotros los creyentes, los discípulos de Jesús, tenemos un futuro, tenemos una luz, esta luz nos viene del acontecimiento que hace dos mil años marcó la noche de la Navidad, este es el acontecimiento que a nosotros nos da luz respecto en nuestro presente y respecto de nuestro inmediato futuro.

No estamos en el Mundo abandonados a nuestra sola suerte y a nuestras solas fuerzas, Dios ha querido compartir nuestra historia, nuestra humanidad, nuestra suerte. Sus padres andaban cumpliendo con una práctica sociopolítica, socioeconómica como todos nosotros andamos queriendo cumplir con nuestros deberes de ciudadanos y en ésa circunstancia Dios esta presente, Dios no está ajeno lejos de la historia, lejos de nuestra vida humana, Dios se ha hecho hombre como nosotros y sabe lo que acontece a nuestra humanidad en cuanto a esperanzas y en cuanto a desánimos, en cuanto a alegrías y en cuanto a tristezas.

Dios sabe de nuestras penas, Dios sabe de nuestras enfermedades, Dios sabe de nuestros temores y Dios sabe de nuestras ilusiones porque se hizo verdadero hombre y nació de María la virgen cuando le llegó a ella como mujer la hora de dar a luz, nos ha dado a luz a nuestro único y verdadero salvador.

Cuando el Evangelio nos hace meditar en todas éstas circunstancias que rodean el nacimiento de Cristo, el cumplimiento de un deber de ciudadanos, el no encontrar un lugar seguro y digno para que María de a luz, el tener que desplazarse fuera de la ciudad a un lugar inseguro, insalubre, lleno de pobreza, nos habla de que Jesús nació sin ningún aparato de logística, sin ninguna montura, montadura de seguridades socioeconómicas, Jesús nació en un contexto de total y absoluta pobreza, y con eso nos está diciendo: "Los verdaderos valores que dan certeza, seguridad, felicidad al hombre, no están sostenidos por el poder de una economía, los verdaderos valores están sustentados por el verdadero valor del amor.

Dios padre nos amó al grado de que nos envió a su único hijo nacido de María para ser nuestro salvador.

Este es el valor máximo, el amor, pero el amor entendido como el despojo de intereses egoístas y personales para entregarse plenamente a nosotros, este es el amor, este el valor máximo sobre el que descansan los valores que tienen trascendencia, que dan seguridad y que nos proporcionan felicidad.

Dios por amor se hizo solidario con nosotros, Dios por amor quiso compartir nuestra pobreza, la pobreza de nuestra naturaleza humana. Y en este acontecimiento de Dios hecho hombre y nacido de María, nosotros encontramos luz para nuestro presente y para nuestro futuro. No está nuestra seguridad en las cosas materiales y terrenales que ya vimos que no tienen consistencia y seguridad para siempre.

Jesús nos dice en qué está el verdadero valor que da consistencia y certeza a nuestra vida y que da sentido de alegría y de realización: El amor a Dios y el amor a nuestros hermanos.

Hoy nos ha nacido el salvador, hagamos queridos hermanos y hermanas que esta confesión de nuestra fe sea una realidad en nuestra vida, que por el cambio de comportamiento y de actitudes, podamos decir cada uno de nosotros: "Hoy ha nacido para mí el salvador".

Que hagamos con nuestras actitudes en relación con los demás de reconciliación, de perdón, de servicio, de solidaridad con los demás, hagamos realidad esta confesión: "Hoy ha nacido para nosotros el salvador". Que dejando a un lado todas las actitudes de pecado, de egoísmo que manchan nuestra dignidad de hijos de Dios, que entorpecen nuestro desarrollo como seres humanos y que dan tristeza a nuestra vida y a los que nos rodean, que deponiendo ésas actitudes y ésos comportamientos, hagamos realidad hoy ha nacido para nosotros el salvador.

Que encendiendo en nosotros actitudes de esperanza, actitudes positivas, actitudes de trabajar, de transformar nuestra vida y nuestro entorno, hagamos realidad hoy ha nacido para nosotros el salvador.

Acojamos esta buena noticia, hoy ha nacido para nosotros el salvador y vayamos y en nuestra vida diaria, en nuestra familia, en nuestro entorno hagamos realidad esta confesión que aquí hemos hecho y que aquí estamos celebrando, hoy ha nacido para nosotros el salvador.

Si hacemos realidad esta confesión de nuestra fe, entonces resonará el himno: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad en la medida en que hagamos realidad esta confesión de que hoy ha nacido para nosotros el salvador, seguirá resonando en nuestra Tierra el himno de gloria y de la paz para todos los que aman a Dios y a sus hermanos.

Sigamos celebrando en un espíritu de fe, de esperanza, en una actitud de adoración, adoremos el misterio de Dios hecho verdadero hombre y nacido de María para nuestra salvación.

Adoremos con verdad este misterio.

Que así sea.

Mensaje de Navidad de Monseñor Marcelino Hernández Rodríguez. Obispo de Orizaba

Muy queridos hermanos católicos de la Diócesis de Orizaba y hermanos de Buena Voluntad

Ya llegó la Navidad y con ella el tiempo oportuno de saludarnos, desearnos lo mejor sobre todo en cuanto a la salud, el trabajo y al bienestar de nuestras familias. Busquemos estar reconciliados con todos, alegres por la venida de Nuestro Señor, compartiendo lo que somos y tenemos con nuestros hermanos que menos tienen, atendiendo a los niños y cultivando en nosotros la sencillez que nos sugieren los villancicos, los foquitos y los dulces, las piñatas y los juguetes. Es tiempo hermoso que no podemos dejar de disfrutar.

La Navidad es tiempo en que acostumbrarnos regalarnos algo, cuando podemos y es prudente, hasta cosas que compramos con sacrificios. Este año no puede ser así; porque se avecina, y podemos decir que ya se está manifestando un tiempo, que esperamos sea corto, de carencias en el aspecto económico. No debemos endrogarnos, ni gastar más de lo prudente; lo cual no quiere decir que no nos vamos a manifestar el cariño y expresar nuestros mejores deseos. Tal vez regalaremos algo muy significativo sin necesidad de comprometer la economía del hogar. ¡Que la Sagrada Familia nos dé la sabiduría y sensatez necesarias! Les deseo una muy Feliz Navidad llena de paz y alegría.

También les deseo un año 2009 lleno de bendiciones de parte de Dios y de la Santísima Virgen María. Recuerden en este primer día del año ponerse en manos de la Divina Providencia para que nunca nos falte casa, vestido y sustento. Y pedirle a Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra que nos consiga la Paz en nuestras familias, en nuestra diócesis, en nuestro Estado, y en el mundo Entero.

Con ocasión del principio del año roguémosle a Dios por el "Encuentro Mundial de las Familias", como lo hemos venido haciendo desde hace unos meses. Pídanle a Dios que sepamos respetar la vida, desde su concepción hasta la muerte natural.

Finalmente, reciban un abrazo de su servidor, de los Sacerdotes, de nuestro Diácono Germán, de los Religiosos y Religiosas; y de los Laicos que trabajan atendiéndonos en muchas instancias, todos nos esforzamos en servirles con mucho gusto atendiendo sus necesidades espirituales y materiales lo mejor que podemos.

Gracias por lo que han estado aportando, para el Diezmo y para la construcción del Seminario Mayor Nuevo, sé que algunos con mucho sacrificio. Dios les recompense como Él sabe ¡Que Dios los cuide y los bendiga!

¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo 2009!

+Marcelino Hernández Rodríguez

Obispo de Orizaba




sábado, 27 de diciembre de 2008

MENSAJE URBI ET ORBI. Navidad, martes 25 de diciembre de 2008


«Apparuit gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus" (Tt 2,11).

Queridos hermanos y hermanas, renuevo el alegre anuncio de la Natividad de Cristo con las palabras del apóstol San Pablo: Sí, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres».

Ha aparecido. Esto es lo que la Iglesia celebra hoy. La gracia de Dios, rica de bondad y de ternura, ya no está escondida, sino que «ha aparecido», se ha manifestado en la carne, ha mostrado su rostro. ¿Dónde? En Belén. ¿Cuándo? Bajo César Augusto durante el primer censo, al que se refiere también el evangelista San Lucas. Y ¿quién la revela? Un recién nacido, el Hijo de la Virgen María. En Él ha aparecido la gracia de Dios, nuestro Salvador. Por eso ese Niño se llama Jehoshua, Jesús, que significa «Dios salva».

La gracia de Dios ha aparecido. Por eso la Navidad es fiesta de luz. No una luz total, como la que inunda todo en pleno día, sino una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha «venido a la luz». En realidad, es Él la luz misma que se propaga, como representan bien tantos cuadros de la Natividad. Él es la luz que, apareciendo, disipa la bruma, desplaza las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor de nuestra existencia y de la historia. Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida. Es un encuentro con la Vida inmortal, que se ha hecho mortal en la escena mística de la Navidad; una escena que podemos admirar también aquí, en esta plaza, así como en innumerables iglesias y capillas de todo el mundo, y en cada casa donde el nombre de Jesús es adorado.

La gracia de Dio ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su «sí» como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20). Una pequeña comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino. Jesús mismo lo dice en su predicación: estos son los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes, los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la justicia (cf. Mt 5,3-10). Estos son los que reconocen en Jesús el rostro de Dios y se ponen en camino, come a los pastores de Belén, renovados en su corazón por la alegría de su amor.

Hermanos y hermanas que me escucháis, el anuncio de esperanza que constituye el corazón del mensaje de la Navidad está destinado a todos los hombres. Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un «oasis» de paz.

Que sientan el poder de la gracia salvadora de Dios tantas poblaciones que todavía viven en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Que la luz divina de Belén se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos; se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente. Que haga fructificar los esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia, y prefieren en cambio la vía del diálogo y la negociación para resolver las tensiones internas de cada País y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que afectan a la región. A esta Luz que transforma y renueva anhelan los habitantes de Zimbabwe, en África, atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente sigue agravándose, así como los hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz. Esta Luz la esperan sobre todo los niños de estos y de todos los Países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir.

Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las Naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina.

Queridos hermanos y hermanas, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador» (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades, sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la luz de Jesucristo, Hijo del Altísimo e hijo de la Virgen María, «Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Lo adoramos hoy en todos los rincones de la tierra, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lo adoramos en silencio mientras Él, todavía niño, parece decirnos para nuestro consuelo: No temáis, «no hay otro Dios fuera de mí» (Is 45,22). Venid a mí, hombres y mujeres, pueblos y naciones; venid a mí, no temáis. He venido al mundo para traeros el amor del Padre, para mostraros la vía de la paz.

Vayamos, pues, hermanos. Apresurémonos como los pastores en la noche de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos.

Homilía del Santo Padre Benedicto XVI. Misa de Navidad


Queridos hermanos y hermanas

«¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?». Así canta Israel en uno de sus Salmos (113 [112],5s), en el que exalta al mismo tiempo la grandeza de Dios y su benévola cercanía a los hombres. Dios reside en lo alto, pero se inclina hacia abajo...

Dios es inmensamente grande e inconmensurablemente por encima de nosotros. Esta es la primera experiencia del hombre. La distancia parece infinita. El Creador del universo, el que guía todo, está muy lejos de nosotros: así parece inicialmente. Pero luego viene la experiencia sorprendente: Aquél que no tiene igual, que «se eleva en su trono», mira hacia abajo, se inclina hacia abajo. Él nos ve y me ve. Este mirar hacia abajo es más que una mirada desde lo alto. El mirar de Dios es un obrar. El hecho que Él me ve, me mira, me transforma a mí y al mundo que me rodea. Así, el Salmo prosigue inmediatamente: «Levanta del polvo al desvalido...». Con su mirar hacia abajo, Él me levanta, me toma benévolamente de la mano y me ayuda a subir, precisamente yo, de abajo hacia arriba. «Dios se inclina». Esta es una palabra profética. En la noche de Belén, esta palabra ha adquirido un sentido completamente nuevo. El inclinarse de Dios ha asumido un realismo inaudito y antes inimaginable. Él se inclina: viene abajo, precisamente Él, como un niño, incluso hasta la miseria del establo, símbolo toda necesidad y estado de abandono de los hombres. Dios baja realmente. Se hace un niño y pone en la condición de dependencia total propia de un ser humano recién nacido. El Creador que tiene todo en sus manos, del que todos nosotros dependemos, se hace pequeño y necesitado del amor humano. Dios está en el establo. En el antiguo Testamento el templo fue considerado algo así como el escabel de Dios; el arca sagrada como el lugar en que Él, de modo misterioso, estaba presente entre los hombres. Así se sabía que sobre el templo, ocultamente, estaba la nube de la gloria de Dios. Ahora, está sobre el establo. Dios está en la nube de la miseria de un niño sin posada: qué nube impenetrable y, no obstante, nube de la gloria. En efecto, ¿de qué otro modo podría aparecer más grande y más pura su predilección por el hombre, su preocupación por él? La nube del ocultación, de la pobreza del niño totalmente necesitado de amor, es al mismo tiempo la nube de la gloria. Porque nada puede ser más sublime, más grande, que el amor que se inclina de este modo, que desciende, que se hace dependiente. La gloria del verdadero Dios se hace visible cuando se abren los ojos del corazón ante del establo de Belén.

El relato de la Natividad según San Lucas, que acabamos de escuchar en el pasaje evangélico, nos dice que Dios, en primer lugar, ha levantado un poco el velo que lo ocultaba ante personas de muy baja condición, ante personas que en la gran sociedad eran más bien despreciadas: ante los pastores que velaban sus rebaños en los campos de las cercanías de Belén. Lucas nos dice que estas personas «velaban». Podemos sentirnos así atraídos de nuevo por un motivo central del mensaje de Jesús, en el que, repetidamente y con urgencia creciente hasta el Huerto de los Olivos, aparece la invitación a la vigilancia, a permanecer despiertos para percibir llegada de Dios y estar preparados para ella. Por tanto, también aquí la palabra significa quizás algo más que el simple estar materialmente despiertos durante la noche. Fueron realmente personas en alerta, en las que estaba vivo el sentido de Dios y de su cercanía. Personas que estaban a la espera de Dios y que no se resignaban a su aparente lejanía de su vida cotidiana. A un corazón vigilante se le puede dirigir el mensaje de la gran alegría: en esta noche os ha nacido el Salvador. Sólo el corazón vigilante es capaz de creer en el mensaje. Sólo el corazón vigilante puede infundir el ánimo de encaminarse para encontrar a Dios en las condiciones de un niño en el establo. Roguemos al Señor que nos ayude también a nosotros a convertirnos en personas vigilantes.

San Lucas nos cuenta, además, que los pastores mismos estaban «envueltos» en la gloria de Dios, en la nube de luz, que se encontraron en el íntimo resplandor de esta gloria. Envueltos por la nube santa escucharon el canto de alabanza de los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». Y, ¿quiénes son estos hombres de su benevolencia sino los pequeños, los vigilantes, los que están a la espera, que esperan en la bondad de Dios y lo buscan mirando hacia Él desde lejos?

En los Padres de la Iglesia se puede encontrar un comentario sorprendente sobre el canto con el que los ángeles saludan al Redentor. Hasta aquel momento –dicen los Padres– los ángeles conocían a Dios en la grandeza del universo, en la lógica y la belleza del cosmos que provienen de Él y que lo reflejan. Habían escuchado, por decirlo así, el canto de alabanza callado de la creación y lo habían transformado en música del cielo. Pero ahora había ocurrido algo nuevo, incluso sobrecogedor para ellos. Aquél de quien habla el universo, el Dios que sustenta todo y lo tiene en su mano, Él mismo había entrado en la historia de los hombres, se había hecho uno que actúa y que sufre en la historia. De la gozosa turbación suscitada por este acontecimiento inconcebible, de esta segunda y nueva manera en que Dios ha manifestado –dicen los Padres–surgió un canto nuevo, una estrofa que el Evangelio de Navidad ha conservado para nosotros: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». Tal vez podemos decir que, según la estructura de la poesía judía, este doble versículo, en sus dos partes, dice en el fondo lo mismo, pero desde un punto de vista diferente. La gloria de Dios está en lo alto de los cielos, pero esta altura de Dios se encuentra ahora en el establo: lo que era bajo se ha hecho sublime. Su gloria está en la tierra, es la gloria de la humildad y del amor. Y también: la gloria de Dios es la paz. Donde está Él, allí hay paz. Él está donde los hombres no pretenden hacer autónomamente de la tierra el paraíso, sirviéndose para ello de la violencia. Él está con las personas del corazón vigilante; con los humildes y con los que corresponden a su elevación, a la elevación de la humildad y el amor. A estos da su paz, porque por medio de ellos entre la paz en este mundo.

El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry dijo una vez: Dios ha visto que su grandeza –a partir de Adán– provocaba resistencia; que el hombre se siente limitado en su ser él mismo y amenazado en su libertad. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora –dice ese Dios que se ha hecho niño– ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.

Con estos pensamientos nos acercamos en esta noche al Niño de Belén, a ese Dios que ha querido hacerse niño por nosotros. En cada niño hay un reverbero del niño de Belén. Cada niño reclama nuestro amor. Pensemos por tanto en esta noche de modo particular también en aquellos niños a los que se les niega el amor de los padres. A los niños de la calle que no tienen el don de un hogar doméstico. A los niños que son utilizados brutalmente como soldados y convertidos en instrumentos de violencia, en lugar de poder ser portadores de reconciliación y de paz. A los niños heridos en lo más profundo del alma por medio de la industria de la pornografía y todas las otras formas abominables de abuso. El Niño de Belén es un nuevo llamamiento que se nos dirige a hacer todo lo posible con el fin de que termine la tribulación de estos niños; a hacer todo lo posible para que la luz de Belén toque el corazón de los hombres. Solamente a través de la conversión de los corazones, solamente por un cambio en lo íntimo del hombre se puede superar la causa de todo este mal, se puede vencer el poder del maligno. Sólo si los hombres cambian, cambia el mundo y, para cambiar, los hombres necesitan la luz que viene de Dios, de esa luz que de modo tan inesperado ha entrado en nuestra noche.

Y hablando del Niño de Belén pensemos también en el pueblo que lleva el nombre de Belén; pensemos en aquel país en el que Jesús ha vivido y que tanto ha amado. Y roguemos para que allí se haga la paz. Que cesen el odio y la violencia. Que se abra el camino de la comprensión recíproca, se produzca una apertura de los corazones que abra las fronteras. Qué venga la paz que cantaron los ángeles en aquella noche.

En el Salmo 96 [95] Israel, y con él la Iglesia, alaban la grandeza de Dios que se manifiesta en la creación. Todas las criaturas están llamadas a unirse a este canto de alabanza, y en él se encuentra también una invitación: «Aclamen los árboles del bosque delante del Señor, que ya llega», (12s.). La Iglesia lee también este Salmo como una profecía y, a la vez, como una tarea. La venida de Dios en Belén fue silenciosa. Solamente los pastores que velaban fueron envueltos por unos momentos en el esplendor luminoso de su llegada y pudieron escuchar una parte de aquel canto nuevo nacido de la maravilla y de la alegría de los ángeles por la llegada de Dios. Este venir silencioso de la gloria de Dios continúa a través de los siglos. Donde hay fe, donde su palabra se anuncia y se escucha, Dios reúne a los hombres y se entrega a ellos en su Cuerpo, los transforma en su Cuerpo. Él «viene». Y, así, el corazón de los hombres se despierta. El canto nuevo de los ángeles se convierte en canto de los hombres que, a lo largo de los siglos y de manera siempre nueva, cantan la llegada de Dios como niño y, se alegran desde lo más profundo de su ser. Y los árboles del bosque van hacia Él y exultan. El árbol en Plaza de san Pedro habla de Él, quiere transmitir su esplendor y decir: Sí, Él ha venido y los árboles del bosque lo aclaman. Los árboles en las ciudades y en las casas deberían ser algo más que una costumbre festiva: ellos señalan a Aquél que es la razón de nuestra alegría, al Dios que por nosotros se ha hecho niño. El canto de alabanza, en lo más profundo, habla en fin de Aquél que es el árbol de la vida mismo reencontrado. En la fe en Él recibimos la vida. En el sacramento de la Eucaristía Él se nos da, da una vida que llega hasta la eternidad. En estos momentos nosotros nos sumamos al canto de alabanza de la creación, y nuestra alabanza es al mismo tiempo una plegaria: Sí, Señor, haz vernos algo del esplendor de tu gloria. Y da la paz en la tierra. Haznos hombres y mujeres de tu paz. Amén.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera C, Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana


24 de diciembre de 2008, Misa de media noche.

Los modernos medios de comunicación social son vehículos maravillosos de noticias que nos llegan de los lugares más apartados del mundo, desafortunadamente las noticias que este año nos han llegado en gran parte vienen marcadas con el signo negativo. La noticia que hoy recibimos en esta liturgia es maravillosa: “Les anuncio la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo, hoy les ha nacido un Salvador”. San Pablo nos ha confirmado esta buena noticia: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres”. Así se ha realizado lo que siglos antes Isaías había proclamado: “El pueblo que caminaba entre tinieblas vio una luz inmensa, una luz grande brilló”.

Esta noche, es noche de contemplación, se necesita capacidad de admiración, se necesita sencillez, para captar esta buena noticia que se nos ha dado. Necesitamos hacernos niños para comunicarnos con Dios que se ha hecho niño. “Porque un niño se nos ha dado, un hijo nos ha nacido”. Es cierto que todo niño que nace debe ser un motivo de alegría y de esperanza, todo niño que nace es una señal, de que a pesar de todo, Dios sigue creyendo en los hombres. Pero el Niño que hoy nace nos trae otros motivos de alegría y de esperanza ya que es: “Consejero admirable”, “Dios poderoso”, “Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz”, “viene a quebrar el pesado yugo, la barra que oprimía”, “viene a extender una paz sin límites y a consolidar la justicia y el derecho”.

Todo esto parece paradoja, parece contradictorio: esperamos de este Niño: alegría, paz, justicia y salvación y nos encontramos con un Niño en un pesebre, rodeado de debilidad, de impotencia y con una pobreza impactante. Sus padres y protectores son dos peregrinos que no han encontrado posada y han tenido que refugiarse en un establo. César Augusto, a quien el evangelio hoy ha nombrado, al igual que los demás emperadores, se hacía llamar salvador y príncipe de la paz, restaurador del mundo, esperado de las gentes. Y en verdad parece más congruente que los emperadores y los poderosos, aquellos que tienen el poder, que tienen ejércitos, puedan dar la paz y la salvación a sus pueblos. Pero con el nacimiento del Niño que contemplamos esta noche Dios ha trastornado estas falsas certezas de los hombres, porque “Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los poderosos”. Por esto nos ha dado este gran signo: un Niño en un pesebre.

Sólo Dios podía pensar en un cambio tan radical de la lógica humana, sólo Dios podía pronunciar “un no” tan absoluto a lo que los hombres siempre hemos considerado como nuestra escala de valores: la riqueza, el poder, los honores, la autoridad. Si Cristo hubiera nacido en Roma, con los honores imperiales, nada hubiera cambiado, Dios habría dado un “sí” a lo que los hombres siempre hemos pensado. El Niño en el pesebre es un “sí” a la esperanza de los pobres de la tierra, a los marginados, a los que no cuentan. Este Niño da una esperanza “a todo el pueblo”. La esperanza de paz y de justicia que nos viene a traer este Niño no es un “tranquilizante”, sino que es una promesa y es el fundamento de una novedad de vida, de una nueva escala de valores. Realmente algo nuevo ha comenzado con este Niño, los grandes, los poderosos, los fuertes ya no nos deben causar miedo, el poder de Dios es este Niño, frágil, débil, pobre y marginado. Él es nuestra fuerza, Él es nuestra esperanza, Él puede hacer nuevas todas las cosas, Él es el Señor de la historia, Él es el Padre del siglo futuro.
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Escucha el Mensaje del Sr. Cardenal Norberto Rivera a los Radioescuchas de Fenómenos del Espíritu



Pregón de Navidad, A. D. 2008


Desde que inició la vida hace miles de millones años, y el hombre fue formado del barro de la tierra, desde que Adán nuestro padre y Eva nuestra madre, desobedecieron al Señor, la creación entera suspiró por esta noche de amor..

· Abraham padre de los creyentes, se puso encamino hacia la tierra prometida y así surgió un pueblo que vivió con esperanza de ver al Mesías.

· David, rey y profeta, recibió la promesa que de suestirpe nacería el Mesías, Pastor de la casa de Israel.

· Esperanzas y expectativas se han ido sucediendoen el seno del pueblo que fue llamado para contemplar la gloria del Hijo de Dios.

· Judíos fieles a la ley y a las profecías caminaroncon la certeza de que un día las nubes lloverán de lo alto la salvación de nuestro Dios.

· Muchos murieron sin ver cumplidas las promesas porque aún no se cumplía la plenitud del tiempo.

· Por fin, en la olimpíada noventa y cuatro, en el año 752 de la fundación de Roma, en el año 42 del reinado del emperador Augusto, hace 2008 años, en lo escondido de un pueblo de Judea, en Belén, según las profecías, acompañado de los animales de un establo, porque el Rey que creó el mundo no tenía otro sitio dado por los hombres, y no tenía posada donde reclinar la cabeza, entra en el tiempo y al mundo que había confiado a los hombres.

· Hoy nos nació Cristo, verdadero Dios y Hombre,de una mujer llamada María, esposa de José el carpintero, de la familia de David, como lo habían dicho las profecías.


· ¡Oh noche santa!, la tierra se vuelve cielo, ¡ohsanta noche!, el cielo viene a la tierra. Hoy Cristo ha nacido en mísero portal; el Hijo de Dios recibe de María la carne mortal.

· Este Hijo es el Mesías esperado de todos,Salvador de la humanidad luciente de la noche y Sol de justicia para todos los que buscan la luz y miran al cielo buscando el rostro de Dios.

Nosotros, los que creemos en El, nos hemosreunido hoy para festejar con gran gozo el acontecimiento: Gracias te damos, Niño tierno, pues con tu divinidad juntaste nuestra humanidad para librarnos del pecado y del mal. ¡Que admirable intercambio!

· Alegrémonos y festejemos con gran gozo estehecho que hace entonar cantos de fiesta a los coros de los Ángeles y que hace saltar el corazón de todos los que buscan las huellas de Dios.

· Alegrémonos y gocemos pues Dios nos havisitado en la persona de su amado Hijo. Esta es la gran noticia: Dios se ha hecho ciudadano del mundo. El pequeño Jesús en brazos de Santa María es nuestra redención.

· Dios con nosotros, se manifiesta en esta santa Navidad del 2008, entonemos alegres el canto de gozo y de alabanza con el que los Ángeles mecieron la cuna del Niño Dios recién nacido.

Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor, ...


MENSAJE DE NAVIDAD DEL SR. CARD. DN. NORBERTO RIVERA CARRERA
Y SU CONSEJO EPISCOPAL

“HACIA EL VI ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS”

Feliz Navidad y Venturoso Año Nuevo 2009.

PRINCIPE DE JUSTICIA Y DE PAZ

“PAZ SIN FIN. ..”


(Zac 9, 9)

Amados hermanos y hermanas:

Hace más de dos mil años, el Verbo de Dios se hizo carne en el seno purísimo de la Virgen María, para la salvación de la humanidad; como anuncia el profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz y los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció...” (Is 9, 1ss). Esa luz es Jesús, el hijo del Padre, engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo, disipando las tinieblas del pecado y de la muerte, derramando en el mundo abundantes dones celestiales.

En este tiempo especial de gracia que el Señor nos regala, estamos celebrando el año dedicado a San Pablo el apóstol de los gentiles, un año jubilar que ha sido bendecido por el Sínodo de los Obispos realizado en el mes de octubre pasado en Roma, y ya en las cercanías de celebrar el VI Encuentro Mundial de las Familias en el mes de Enero del 2009; unidos a la Misión Continental, la Palabra de Dios continúa encarnándose en cada uno para actualizar sus proyectos de salvación.

Hoy más que nunca surge de lo más profundo de nuestro ser, el grito de auxilio implorando la paz. Cuando se lucha por la defensa de la vida desde la fecundación hasta la muerte natural, cuando se defienden los valores y derechos de la persona, cuando se busca un justo equilibrio entre ciencia y fe, cuando nos preguntamos ¿Por qué tanta violencia, odios, muerte y destrucción? ¿Por qué se infiltra la corrupción a precio de dinero manchado con sangre, producto de vidas inocentes que son sacrificadas por mezquinos intereses, nefastas venganzas y ajustes de cuentas? Cuando nuestra sociedad está marcada por la violencia.

Nos preguntamos ¿Por qué esto, por qué aquello? ¿Es que se trata del drama de la humanidad caída en donde impera en todas partes la ley del más fuerte?

Ya en la esperanza mesiánica de Israel, el eco de los profetas resonaba con insistencia para cantar la paz y la justicia en la voz de aquel salvador que liberaría a su pueblo de la opresión y de la muerte. “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, se le pone en el hombro el distintivo de rey y proclaman su nombre: Este es consejero admirable, héroe divino, Padre que no muere, príncipe de la Paz” (Is 9, 5). ¿Pero quién es ese niño denominado
“Príncipe de la Paz” que infunde anhelos de esperanza?.

Esta esperanza es, sin duda, la necesidad de vivir en concordia con Dios, con nosotros mismos, con toda la humanidad y con todas las criaturas del universo. Ansiamos la paz desde lo más profundo de nuestro ser; y para conseguirla, hay que buscar ante todo los caminos de Dios y no el de los hombres que, con frecuencia, se nos abren con mayor amplitud y nos conducen al sendero contrario o equivocado; la guerra, destrucción, rencor, envidias, venganzas, y lo que lleva a apartarse del camino recto. La paz es identificada como felicidad perfecta, el bienestar, el desenfreno, la salud física etc. Se confronta también con la justicia, pues la una no se concibe sin la otra ya que ambas son dones de Dios.

¿Qué hacer? ¿Hacia dónde dirigirnos? Es urgente comprometernos con el Señor de la justicia y de la paz, para poder conseguir lo que ahora nos parece como un sueño, y un día no muy lejano llegue a convertirse en una auténtica y gozosa realidad.

Isaías nos presenta una paz escatológica que llegará con el “Príncipe de la Paz” (Is, 9,6). Y ese príncipe será también para Zacarías (Zac 9, 6), quien nos dará “una paz sin fin” y abrirá un nuevo paraíso porque “Él será la paz” (Miq 5,4) y ese príncipe de la paz conseguirá que las naciones se reconcilien y vivan en paz. Con ello la resistencia a construir la paz y a vivir la justicia es sin lugar a duda, consecuencia de los pecados de los hombres y de la mala voluntad de no querer rectificar a tiempo. Así la esperanza a la que los profetas aluden se hace realidad en Jesús, Señor y Mesías. Él es quien nos libera del pecado y de la muerte, como nos dan a conocer los evangelios y las enseñanzas de San Pablo, contenidas en sus cartas. Un texto de Santiago nos lo confirma diciendo: “El fruto de la justicia se siembra en la paz por los que practican la paz” (Sant 3, 18) inspirado en aquel texto del profeta Isaías: “La obra de la justicia será la paz y fruto de la justicia será la tranquilidad y la seguridad para siempre” (Is 32, 17 ).

Dios, por tanto nos exhorta a vivir la esperanza de la ya cercana liberación. San Lucas presenta aquellas palabras de Jesús tan extrañas que se escuchan en el contexto de su misión: “Piensan que he venido a traer la paz en la tierra? No, sino la división” (Lc 12, 51) Con ello se nos indica que hay que luchar siempre contra esa paz engañosa para conseguir la justa. Es necesario entonces, reconocer que ese niño de Belén que nos ha nacido como “rey pacífico” y que será “príncipe de justicia y de paz” implantará plenamente la justicia y la paz en la humanidad entera cuando ésta reconozca su señorío universal. El recién nacido establecerá la paz definitiva basada en “la justicia divina” como fundamento de la paz, al suprimir todo pecado, origen de toda división. Como cantamos en este salmo: “La justicia marchará delante de Él y la paz en la huella de sus pasos” (Sal 85, 14).

En este ambiente, hermanos y hermanas, el Consejo Episcopal y su servidor, queremos felicitarlos con motivo de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo y del Nuevo año 2009, y elevando juntos a Dios nuestra súplica pidámosle que ayude a nuestra nación a que cese la violencia desatada por el crimen organizado, transforme los corazones de piedra en corazones de carne, y nos ilumine a todos para que podamos construir la tan ansiada paz, cimentada en la justicia y solidaridad.

Que Santa María de Guadalupe, la Señora de la esperanza, la misionera incansable del Señor, quien hizo de San Juan Diego, el portavoz de su Hijo Jesucristo; nos aliente para que lo sigamos anunciando en la Navidad sin fin, como los nuevos Juan Diego, cultivando las rosas celestiales donde pueda florecer su Hijo el Emmanuel. !Muchas Felicidades!.


+ Norberto Card. Rivera Carrera

Arzobispo Primado de México .

martes, 23 de diciembre de 2008

Mensaje de Navidad. Mons. Carlos Garfias Merlos. Obispo de Nezahualcóyotl

Ciudad de México, 22 de diciembre de 2008

MENSAJE DE NAVIDAD 2008

El ángel les dijo: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 10-11).


A TODA LA COMUNIDAD DIOCESANA Y A LOS HOMBRES Y MUJERES DE BUENA VOLUNTAD:

A todos les saludo y felicito, deseándoles una santas y felices fiestas de navidad, llenas de paz y alegría en el Señor. Que mis anhelos lleguen a todos los cristianos de nuestra diócesis de Nezahualcóyotl, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que esta fiesta sea fuente de fresca alegría y manantial de paz para nuestras familias. Confío en que disfrutemos juntos la fiesta de la navidad, en su más profundo y vivificante misterio, el Hijo de Dios se ha hecho hombre, “ha nacido en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo el Señor”..

Acojamos el mensaje de paz, de justicia, de alegría y esperanza que nos trae la Navidad, y anunciemos la ternura del amor divino a los demás, especialmente a todos los hombres y mujeres que sufren y a los más necesitados. Adoremos el misterio de Dios que se nos ha manifestado, y presentémosle a Dios un corazón agradecido por este inefable Don y Misterio, porque ahora más que nunca, tenemos tanta necesidad del amor de Dios en nuestas vidas, de su gracia, de su paz, y de su fuerza espiritual que nos sostiene y acompaña en nuestro caminar y nos eleva a Dios.


Queridos hijos, renovemos nuestra fe en aquel en quien hemos creído, el Verbo de Dios hecho hombre, el Emmanuel con nosotros, el Príncipe de la Paz y Salvador del mundo. Él se ha hecho hombre para llevarnos a Dios, para darnos a entender que no estamos solos, que siempre está con-nosotros, y para hacernos experimentar en nuestros corazones la fuerza transformadora de su amor.

“Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo el Señor”

El anuncio del ángel nos recuerda el horizonte de gozo y alegría que significa el nacimiento del Hijo de Dios. “No es posible dar lugar a la tristeza, cuando celebramos el nacimiento de la vid” señalaba el Papa León Magno en una homilía sobre la Navidad en el siglo V. Es una noticia que invita a toda la creación a cantar al Señor un cántico nuevo: “Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque” (Salmo 95, 11-12).

El Niñito Jesús, nació en la humildad de un pesebre, de una familia pobre (Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos de ese maravilloso acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de Dios en esta noche santa.

El niñito Jesús, el, Emmanuel, la Palabra eterna del Padre, es el Salvador del mundo, es el centro de todo el universo, y trae luz a nuestras vidas. Y nos invita en cierto sentido a hacernos como niños (Mc 10, 13-16) y nos enseña a mirar la vida, la realidad con sus ojos, con la ternura y transparencia de su mirada, mirada que nos ayuda a renacer (Jn 3, 1-6) con Él que nace para nosotros. Esto parece reflejar el humilde y pobre pesebre de Belén, donde encontramos al Niñito Jesús, con María y José, y frente al cual nos arrodillamos con reverente afecto y asombro, en cada navidad.

“Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”

En el espacio de la historia humana, apareció un niñito, que creció en edad, sabiduría y gracia y se hizo hombre, un hombre igual que todos nosotros, y que sin embargo desbordó las dimensiones de lo humano y precisamente por ello remite a la trascendencia de la existencia humana.

Un hombre que realiza signos absolutamente fuera de lo ordinario y pronuncia palabras dulces, firmes, elocuentes e imperecederas, que sabe amar como ningún otro y revela cuál es el amor que salva a los hombres, un hombre que se convierte en imagen y señal de Dios en este mundo, un hombre en quien la eternidad irrumpe en el tiempo. Y todo esto se manifiesta ya, en y desde su nacimiento. Él Aparecido en la carne, es el Logos eterno y divino de cuya plenitud todos hemos recibido, gracia, sobre gracia.

Por medio del niño del pesebre, Dios le ha dado una respuesta a la humanidad, que ilumina la oscuridad de la existencia, disipa las tinieblas del mundo, abre el camino hacia el futuro. En Él se hace visible y palpable el amor de Dios a la humanidad.

En este tiempo de nuestra historia, nace el Niño Jesús, en todos los niños de la tierra, en los niños rechazados y abortados, abandonados y vendidos, abusados y violentados, nace en los niños que mueren por el hambre de pan y por el hambre de amor, en los niños que llevan las heridas de los conflictos familiares, y en aquellos que ya desde pequeñitos llevan en el sufrimiento y en la enfermedad, la cruz de Jesús abandonado.

El Niñito Jesús, nace en los niños, en tantos niños que en esta querida diócesis de Nezahualcóyotl he encontrado, que he besado y acariciado con ternura paternal, que tanta alegría expresan y me muestran con su cariño cuando me encuentro con ellos en los diferentes lugares de la diócesis donde me saludan y reconfortan como Obispo y Pastor.

Para los más pequeños mis pensamientos y mi corazón, mi afecto y cariño. Especialmente para los que más sufren, para los pobres, enfermos, desamparados, aquellos que se encuentran solos, tristes, angustiados y deprimidos por diferentes situaciones.

Hijos míos, dejemos que en esta Navidad Dios ilumine nuestra mente y corazón con la luz de la Encarnación del Hijo de Dios, por aquella luz que resplandece desde el humilde pesebre de Belén, que irradia nuevos horizontes de vida y de esperanza, y da calor y alegría a los corazones.

Les invito para que encarnando en nosotros las palabras transformadoras de Jesús nos volvamos niños para vivir verdaderamente el Misterio de la Navidad del Señor: para acogerlo y llevar la luz en medio de las tinieblas de nuestros odios, de nuestros resentimientos y venganzas, de los conflictos familiares y sociales, de nuestra búsqueda de fama y los honores, de nuestra superficialidad e inconsciencia y del testimonio antievangélico que nosotros los cristianos muchas veces ofrecemos a nuestro mundo. Que la gracia de esta navidad como encuentro vivo con el Señor, ilumine y disipe las tinieblas del pecado, para que sea transformado el odio en amor, las faltas de respeto en tolerancia, la ofensa en perdón, el egoísmo en generosidad, las dudas en fe, el error en verdad, la desesperación en esperanza. La muerte en vida.

Solo contemplando y mirando el mundo con los ojos inocentes de los niños podemos renacer desde el encuentro con Jesús a la esperanza, a los sueños e ilusiones primeros. En esto consiste el amor de Dios en nosotros, que veamos con los ojos del corazón el rostro de Jesús en toda persona humana, así como sea, sea quien sea, que aprendamos a descubrir y amar a Jesús en el hermano.
“Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”

En el proyecto diocesano de renovación pastoral enmarcado en la Gran Misión Continental, e iniciando el año de la Iglesia, pueblo de reyes, pueblo de servidores, Jesús nace por ti y para ti que inclinas la cabeza al Rey de reyes, y te alegras por su venida. Nuestra Iglesia diocesana tiene necesidad de personas que busquen sinceramente a Dios, que no se busquen a a sí mismos, sino que deseosos de encontrar su rostro, lo contemplen en el hermano, y asuman el compromiso sincero de ser servidores de sus hermanos como nos lo ha enseñado Jesús.

Celebremos la Navidad y alegrémonos, para que se renueven nuestras energías, para intensificar nuestras oraciones al Dios del cielo, para purificar nuestros corazones, y para que esta fiesta nos llene de santidad, de vida, de amor y de la fuerza del Espíritu Santo.

Repitamos en coro con los ángeles del cielo:
«Les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo el Señor».

“Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, a Él honor y gloria por los siglos de los siglos, Amén” (1 Tim 1, 17).

Los abrazo a todos con mucho cariño y les deseo ¡Feliz Navidad!

En Cristo, nuestra Paz


+ Mons. Carlos Garfias Merlos
Obispo de Nezahualcóyotl

Mensaje de Navidad. Mons. Maximino Martínez Miranda. Obispo de Ciudad Altamirano

Mensaje de Navidad

A todos mis hermanos de Tierra Caliente

Queridos hermanos:

En este tiempo tan hermoso de la Navidad, les invito a buscar juntos, caminos de justicia y de paz, que nos permitan vivir con autenticidad y alegría el Misterio de la Encarnación y Nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo..

Retos, que hemos de superar. Nuestro País vive en estos tiempos, una ola de violencia que genera pobreza de valores en la población. Particularmente en nuestra Tierra Caliente, se ha constatado desde hace varios años, la presencia de diversos cárteles de la droga, que comienza a ser tan peligrosa como en otras partes del país, los narcóticos.Otro fenómeno, el secuestro contra la libertad y la dignidad de las personas y una fuente de angustia indescriptible para su familia.


Ante estos desafíos, la vida cotidiana de la Iglesia, la fe, se va desgastando y degenerando en mezquindad» (Aparecida Nº.12), situación que lleva a la persona a caer en el conformismo ante la cultura de la muerte.

Celebrar la Navidad en este contexto, llama a los cristianos a revalorarnos ante la humildad del pesebre. «Y esto les servirá de señal: encontrarán un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12). Este signo de salvación y de esperanza nos habla también a nosotros. Dios se abre al hombre, indudablemente; pero, nosotros, ¿estamos dispuestos a abrirnos a Dios?

La situación de pobreza, violencia, inseguridad y droga, entre otras, cuestionan nuestro compromiso por encarnar la fe que profesamos.

El Nacimiento de Cristo, el Señor, es un acontecimiento de salvación capaz de imprimir renovada esperanza a la existencia de todo ser humano, en medio de cualquier situación difícil y hasta desesperada.

La formación en el conocimiento de los nuevos retos sociales y en el cómo debemos confrontarlos desde el pensamiento cristiano, es un desafío que espera una respuesta de toda la comunidad creyente. Hay que contemplar al Niño Jesús en el pesebre y, desde allí, entender y atender el plan querido por Dios, para toda la familia humana.

En primer lugar, la Encarnación del Verbo es la culminación del plan que sobrepasa todos los límites de la razón humana y en el que se nos revela Dios, pues sale de sí mismo para poner su vida divina en el corazón de los humanos: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él» (1ª Jn 4, 9), y el Espíritu Santo cubrió con su sombra a María (Lc 11, 35). El amor de Dios se hace presente en el tiempo y en el espacio por la Encarnación del Verbo, cuya epifanía, el Nacimiento de Jesús, nos revela que Él va en búsqueda de la persona humana, para mostrarle su dignidad.

Esta Navidad es una invitación a no tener miedo, a reencontrar la alegría y la esperanza, que es, Jesucristo. Dios está esperando que le abramos el corazón, seguros de que Cristo no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud, porque Él ama nuestra felicidad también: «¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él recibe el ciento por uno. ¡Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida!» (Benedicto XVI).

Celebrar la Navidad es tomar conciencia de que Cristo se hizo para toda la familia humana, luz y camino de vida. Por lo tanto, el seguimiento de Cristo nos lleva, exigentemente, a proclamar su Evangelio como sus discípulos y misioneros.

«A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva’» (Aparecida Nº 12).

Como fruto de esta Navidad, necesitamos discernir los compromisos de los cristianos en la vida pública: el primero de ellos, formarnos más, y prepararnos en las responsabilidades que cada quien tiene, en la familia, en el trabajo, en las comunidades, así como en la parroquia, en la educación, etc.

Los cristianos podemos testimoniar de una manera diferente el quehacer de la vida social, precisamente como una riqueza, fuente de esperanza. Asimismo, necesitamos reactivar la vida de la comunidad eclesial, la catequesis, las homilías, etc., nos hace falta formar la conciencia social y llenar con toda nuestra alegría y participación nuestras celebraciones litúrgicas, para que después puedan tener consecuencias en nuestra vida práctica.

Por otra parte, no olvidemos que la salvación nunca viene de manera individual. Para hacer frente a las muchas situaciones difíciles en que vive nuestro pueblo, la imagen de un pueblo en marcha, habla de la actitud propia de los creyentes, siempre en camino, nunca instalados, sino en constante cambio, pero nunca solos. Hay que formar comunidad y actuar como comunidad conforme a la Tercera Fase de nuestro Plan de Pastoral.

Durante el tiempo de Adviento, de manera semejante a la de Juan Bautista, nos hemos puesto a la escucha de nuestra conciencia y nos hemos sentido impulsados por el grito profético: «Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos» (Mc 1, 3). Pedimos, que esta Navidad, sea una preparación más intensa, para mirar la realidad a la luz de Cristo, que ilumina nuestra conciencia, y así acercarnos al Misterio de la Encarnación, con la sed y el ánimo de renovar nuestro testimonio de encuentro con Cristo, que es el gran acontecimiento de nuestras vidas.

Que María, Madre de la Iglesia, que dio a luz al Rey de la paz, interceda por todos nosotros.


¡Feliz Navidad!
Con mi bendición Episcopal.

+ Maximino Martínez Miranda
Obispo de Ciudad Altamirano .

MENSAJE DE NAVIDAD DE MONS. VÍCTOR SÁNCHEZ ESPINOSA,OBISPO AUXILIAR DE LA ARQUIDIÓCESIS DE MÉXICO Y SECRETARIO GENERAL DEL CELAM

"ABRE TU CORAZÓN A JESÚS QUE LLEGA"


"El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres" (salmo 125). Sí, estas palabras me brotan del corazón y me hacen pensar en este año de gracias y bendiciones especiales, recibidas con abundancia, por cada uno de nosotros.

Hemos hecho un recorrido significativo, seguramente hemos encontrado en el camino obstáculos, tropiezos, pero ante todo la posibilidad de soñar, de la mano de Dios, de construir nuestra vida en el amor, la confianza en Dios y los hermanos, la solidaridad, la justicia, la unidad y la paz. Hemos experimentado quizás el cansancio, la fatiga, pero no el desánimo porque como San Pablo, todo lo hemos puesto en las manos de "Aquel que nos conforta y nos da la vida" (Flp 4,13). Hemos experimentado el gozo, la alegría del encuentro y la esperanza en un buen mañana, porque Dios está con nosotros, él es la fuente de la vida y de la paz: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

Con estos sentimientos quisiera invitarlos a dos cosas: Primero, a revisar nuestra vida, nuestro caminar durante este año 2008, nuestros deseos, esperanzas, desvelos y fatigas. Segundo, exhortarles a prepararnos para recibir a Jesús que llega.

Al revisar nuestra vida tiene que brotar espontáneamente un sentimiento de gratitud a Dios, que nos acompaña, que nos protege y desea nuestra felicidad. Para el CELAM, la gratitud a Dios es fundamental y este año, hemos sentido su presencia intensamente:

- Al consolidar nuestro equipo de trabajo y abrirnos con esperanza a la comunión eclesial
- Al reunirnos, durante el año con los señores obispos de América Latina y el Caribe, para reflexionar sobre los retos y desafíos pastorales a la luz de Aparecida
- Al realizar diversos encuentros, desde los departamentos, con el objetivo de apoyar y estimular el trabajo pastoral de las Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe.
- Al vivir cada mes, nuestro encuentro como Familia CELAM, en la Eucaristía y en los espacios institucionales para profundizar en nuestras relaciones interpersonales y los fundamentos de nuestra fe católica
- Al prepararnos para celebrar el lanzamiento de la Misión Continental y disponer nuestro corazón para este gran desafío de la Iglesia
- Al celebrar con gozo y alegría, acontecimientos eclesiales que marcaron nuestra vida y nuestra historia: el Congreso eucarístico Internacional, la inauguración del año Paulino, la celebración del Sínodo de la Palabra de Dios
- Hemos experimentado el amor de Dios en el dolor de la enfermedad de algunos miembros de la Familia CELAM y de algunos de sus familiares, por quienes elevamos una plegaria de amor a Dios, por su pronta recuperación. Y también en la pérdida de nuestros seres más queridos: el Sr. Cardenal Alfonso López Trujillo, quien fuera Secretario General y Presidente del CELAM y el Dr. Isidoro Arévalo, Revisor Fiscal del CELAM, que ya están disfrutando de la presencia del Señor.

Cada uno tendrá muchos motivos para agradecer a Dios: por la vida, la familia, el trabajo, la amistad, el estudio y seguir soñando en medio de un jardín, en el que hay rosas, pero también espinas.

Revisar la vida implica hacer un balance de lo que hemos hecho: de las cosas buenas y de aquellas cosas buenas que hemos dejado de hacer. Al revisar tu vida, pregúntate: ¿Qué tanto has crecido como persona, como cristiano, como profesional? ¿Terminas este año experimentando la alegría y el gozo de servir o con desánimo, desesperanza, tristeza e incertidumbre? ¿Cómo ha sido tu relación con Dios, con tus semejantes? Las respuestas a estos interrogantes te ayudarán a prepararte mejor para la venida de Jesús, nuestro Salvador.

En segundo lugar, quiero exhortarles a disponer el corazón para recibir a Jesús que quiere nacer en nuestros corazones. Muchos pensarán: "otra vez la navidad", "llegó diciembre, tiempo de paz y alegría", "época para compartir y estar en familia", "diciembre: luces multicolores, adornos, guirnaldas, música, noche buena". Pero lo importante es no quedarse con estas manifestaciones externas. Seguramente muchos de ustedes harán el pesebre para rezar la novena en familia y se preocuparán por embellecer sus casas y hacer un hermoso árbol de navidad. ¡Maravilloso!, pero más allá ¿cómo vas a embellecer tu corazón?

En el evangelio de San Lucas leemos: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle sea rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados". (Lc 3, 4-6). Así que nuestra actitud debe ser precisamente la de PREPARARNOS y esta preparación exige vivir un encuentro íntimo y personal con Jesús que da la vida, encuentro que implica disponer el corazón para que su Palabra penetre en lo más profundo de nuestro ser y nos transforme en creaturas nuevas para un mundo nuevo. ¡Preparémonos a la visita de Jesús!, del Verbo de Dios que toma nuestra condición humana, que comparte nuestras tristezas y angustias, nuestros sueños e ideales.

¿Y cómo deberíamos prepararnos? Quitando de nuestro corazón toda aspereza, sentimiento adverso como resentimientos, odios, deseos de venganza, envidias, soberbia, celos, difamación, crítica, calumnia, indiferencia; allanar nuestras sendas, para que nuestro corazón esté bien dispuesto, embellecido con las virtudes de la humildad, la sencillez, la sinceridad y así Jesús vendrá no para quedarse un ratito, sino para siempre. El camino del discipulado nos exige esa apertura y docilidad a su Espíritu, dejarnos impregnar de su Palabra y saborear en nuestra vida, lo que significa caminar hacia la santidad y la perfección.

Que esta navidad, no sea otra navidad más, sino que puedas de verdad, sentir y experimentar el amor de Dios, sentir que Jesús nace en tu corazón, que tu vida cambia. El 2009 será un año colmado de bendiciones y de esperanzas si desde ahora dejamos que Cristo actúe en nuestra propia historia.

A todos les deseo una feliz navidad y un próspero año 2009.




+ Víctor Sánchez Espinosa
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México
Secretario General del CELAM




© 2008 CEM :: CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO .


lunes, 22 de diciembre de 2008

Mensaje Navideño de los Obispos de Veracruz. Provincia Eclesiástica de Xalapa

Un México unido,
para una esperanza compartida


Como cada año, los Obispos de Veracruz queremos saludar a todas las comunidades cristianas compartiéndoles nuestra reflexión y una invitación a buscar juntos los caminos de justicia y verdad que nos permitan vivir con autenticidad y alegría el Misterio de la Encarnación y Nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo.


Nuestro País vive en estos tiempos una ola de violencia que parece no tener tregua. Pese a los operativos militares llevados a cabo por el Gobierno Federal, la delincuencia organizada, el secuestro, el narcotráfico y la complicada situación económica que atraviesa el país y genera pobreza en la población, se presentan como los retos más difíciles de superar tanto por el Estado Mexicano como por la sociedad en su conjunto, pues tienen como efecto la desesperanza.

La delincuencia organizada en México cuenta en estos momentos con una amplia red de complicidades y corrupción que le permite disputar el control de las policías a las autoridades políticas locales. Cuando no pueden corromperlos, los asesinan. Por eso, el Gobierno Federal ha optado por la presencia de militares en las calles y carreteras de muchos estados del país, pues parecen ser los únicos con capacidad, en estos momentos, de hacer frente de una manera efectiva a las organizaciones criminales.

Particularmente en nuestro estado de Veracruz se ha constatado, desde hace varios años, la presencia de diversos cárteles de la droga, que comienza a ser tan peligrosa como en otras partes del país. La red estatal de carreteras, de casi 16 mil kilómetros de longitud en la que circulan, según la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), alrededor de 19 mil vehículos diarios, es un punto de tránsito constante de drogas. Por eso su importancia es estratégica, porque esa red carretera conecta a 6 estados del sureste: Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, Chiapas y Oaxaca, que son la entrada de Centroamérica a México, donde además de un gran flujo de migrantes, hay un intenso tráfico de enervantes.

Por otra parte, los más de 750 kilómetros del litoral y algunas instalaciones portuarias ubican a Veracruz como una entidad estratégica en términos geográficos para el movimiento de todo tipo de mercancías, incluidos los narcóticos.

Otro fenómeno preocupante en el país y en nuestro estado es el secuestro, consistente en la detención, retención o plagio de una persona con la finalidad de exigir dinero o alguna otra condición para su rescate o por su liberación. En sí mismo constituye, además de un acto ilícito, un atentado directo contra la libertad y la dignidad de las personas y una fuente de angustia indescriptible para sus familiares.

Casi en todos los casos, el secuestro es un delito colectivo cometido por bandas organizadas. No obstante, hay ocasiones en que se comete por una sola persona que, en muchos casos, afecta a niños y menores de edad.

Por otro lado, la crisis económica mundial que estamos viviendo, junto con la crisis alimentaria paralela, ha traído como consecuencia un incremento en los índices de desempleo y un agravamiento de la situación de pobreza que viven millones de personas en nuestro país entre los que se encuentran, en nuestro estado, todos los que podrían regresar procedentes de la Unión Americana.

Datos recientes de la Comisión Económica para América Latina indican que en la década de los 90 las tasas de desempleo fueron bajas en México, dando como resultado una pronunciada disminución de los salarios y el crecimiento del sector informal. Pues en nuestros tiempos la situación ha empeorado, ya que hemos llegado a niveles más graves aun.

Se ha registrado una paulatina proletarización de la clase media mexicana junto con un endeudamiento de personas y familias enteras. En el caso de familias en situación de pobreza, la mayor cantidad se concentra en los municipios con altos índices de población indígena, que continúan siendo los más atrasados en nuestro estado y en todo el país.

Ante los desafíos que nos presentan los problemas antes señalados, existe la amenaza de la inercia: «… el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad». (Aparecida Nº 12), situación que lleva a la persona a caer en el conformismo.

La realidad que enfrentamos se nos presenta como una gran amenaza, y celebrar la Navidad en este contexto llama a los cristianos a revalorarnos ante la humildad del pesebre. Las situaciones de pobreza, violencia, inseguridad y droga, entre otras, cuestionan nuestro compromiso por encarnar la fe que profesamos.

El ritmo constante y acelerado con que recibimos noticias de nuevos acontecimientos o de nuevas dimensiones que van tomando los problemas, pareciera arrastrarnos a un temor angustioso por el futuro incierto, y podría llevar a algunos a reacciones de pánico o desesperación. Pero los cristianos, apoyados en la sabiduría del Evangelio, debemos encarar los retos presentes en su objetividad, así como el futuro que razonablemente podemos prever. Conservando siempre la serenidad y manteniendo la fortaleza que nos da la confianza en Dios, ocupémonos del ahora concreto como nos enseñó Jesús: «A cada día le basta su propio afán» (Mt 6, 34).

El Nacimiento de Cristo, el Señor, es un acontecimiento de salvación capaz de imprimir renovada esperanza a la existencia de todo ser humano en medio de cualquier situación difícil y hasta desesperada: «y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Este signo de salvación y de esperanza nos habla también a nosotros. Dios se abre al hombre, indudablemente; pero nosotros ¿estamos dispuestos a abrirnos a Dios?

Los problemas ingentes que hoy nos aquejan no pueden responderse dentro y fuera de la Iglesia con actitudes conformistas e individuales: la formación en el conocimiento de los nuevos retos sociales y en el cómo debemos confrontarlos desde el pensamiento cristiano es un desafío que espera una respuesta de toda la comunidad creyente. Hay que contemplar al Niño Jesús en su pesebre y, desde allí, entender y atender al plan querido por Dios para la familia humana.

En primer lugar, la Encarnación del Verbo es la culminación del plan que sobrepasa todos los límites de la razón humana y en el que se nos revela Dios, pues sale de sí mismo para poner su vida divina en el corazón de los humanos: «en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» (1ª de Juan 4, 9), y el Espíritu Santo cubrió con su sombra a María (cf Lc 11, 35). El amor de Dios se hace presente en el tiempo y en el espacio por la Encarnación del Verbo, cuya epifanía, el Nacimiento de Jesús, nos revela que Él va en búsqueda de la persona humana para mostrarle su dignidad.

Esta Navidad es una invitación a no tener miedo, a reencontrar la alegría y la esperanza que es Jesucristo. Dios está esperando que le abramos el corazón, seguros de que Cristo no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud, porque Él ama nuestra felicidad también: «¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida». (Benedicto XVI, Misa de imposición del palio).

Por otra parte, no olvidemos que la salvación nunca viene de manera individual. Para hacer frente a las muchas situaciones difíciles en que vive nuestro pueblo, la imagen de un pueblo en marcha habla de la actitud propia de los creyentes, siempre en camino, nunca instalados, sino en constante cambio, pero nunca solos. Hay que formar comunidad y actuar como comunidad.

De manera semejante a la de Juan Bautista, necesitamos poner a la escucha nuestras conciencias y sentirnos impulsados por el grito profético: «Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos».

Necesitamos revisar nuestra vida de comunidad eclesial y, de ella, quizás habría que pedir perdón por la apatía y silencio que hemos guardado, por tantos errores y omisiones en la formación de nuestra conciencia y en sus consecuencias sociales. Tal vez hemos renunciado a nuestros compromisos ciudadanos o como padres y educadores de nuestros hijos, o como esposos, o como miembros de una comunidad que requiere de la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien de todos y cada uno.

Celebrar la Navidad es tomar conciencia de que Cristo se hizo para toda la familia humana luz y camino de vida, para hacer conciencia de que el seguimiento de Cristo nos lleva exigentemente a proclamar su Evangelio. Solos no podemos. Con nuestros medios no podremos hacer frente a los desafíos que hemos mencionado. Necesitamos retomar el camino que en algún momento extraviamos al confiar más en los recursos humanos que en Dios; pero no olvidemos que para esto se requiere una nueva formación.

«A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva’». (Aparecida Nº 12).

Necesitamos reconocer, a ejemplo de Juan Pablo II, que hemos cometido errores, tal vez en la evangelización, tal vez en la formación de los más pequeños de nuestras familias o comunidades, tal vez al celebrar nuestra fe con liturgias que no favorecen el encuentro con Cristo, o con una catequesis que no contribuye a formar la conciencia social de los católicos para encarnar el Evangelio.

Como fruto de esta Navidad, necesitamos discernir los compromisos de los cristianos en la vida pública: el primero de ellos, formarnos más, y prepararnos en las responsabilidades que cada quien tiene en la familia, en el trabajo, en colonias, así como en la parroquia, en la educación… y todo esto como ciudadanos que somos.

También hace falta imaginar nuevas iniciativas de acción y de sensibilización de la comunidad; mas por otra parte, gracias a Dios, junto a nuestras debilidades hay un gran acervo de solidaridad con el hermano que sufre, como se ha manifestado en los apoyos que las comunidades eclesiales brindamos a los damnificados en distintas coyunturas, más recientemente en los que han sufrido por las inundaciones en Minatitlán y Tabasco. Dios pague a todos los que han contribuido con su ayuda, y los invitamos a seguir sumando esfuerzos en la reconstrucción de las familias que periódicamente se han visto afectadas por crecidas de ríos y huracanes y con las heladas del invierno.

Los cristianos podemos testimoniar de una manera diferente el quehacer de la vida social precisamente como una riqueza, una fuente de esperanza (cf Hch 2, 42-47). Asimismo, necesitamos reactivar la vida de la comunidad eclesial, la catequesis, las homilías… nos hace falta formar la conciencia social y llenar con toda nuestra alegría y participación nuestras celebraciones litúrgicas para que después puedan tener consecuencias en nuestra vida práctica.

Pedimos que esta Navidad sea una preparación más intensa para mirar la realidad a la luz de Cristo, que ilumina nuestra conciencia para acercarnos al Misterio de la Encarnación, con la sed y el ánimo de renovar nuestro testimonio de encuentro con Cristo, que es el gran acontecimiento de nuestras vidas.

Que María, Madre de la Iglesia, que dio a luz al Rey, interceda en favor de la Patria.

¡Feliz Navidad!

+ José Guadalupe Padilla Lozano
Obispo emérito de Veracruz

+ Sergio Obeso Rivera
Arzobispo emérito de Xalapa

+ Lorenzo Cárdenas Aregullín
Obispo de Papantla

+ Marcelino Hernández R.
Obispo de Orizaba

+ Luis Felipe Gallardo
Obispo de Veracruz

+ Eduardo Patiño Leal
Obispo de Córdoba

+ José Trinidad Zapata
Obispo de San Andrés Tuxtla

+ Rutilo Muñoz Zamora
Obispo de Coatzacoalcos

Pbro. Julio Reyes Piñón
Administrador Diocesano de Tuxpan


+ Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa

© 2008 CEM :: CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO

Mensaje de Navidad de Mons. Felipe Arizmendi Esquivel. Obispo de San Cristobal de las Casas, Chiapas.

San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 17 de diciembre de 2008


Violencia y Navidad

VER

Parece irrefrenable el clima de muerte, inseguridad, violencia y barbarie que en algunas partes se va imponiendo. Las noticias diarias nos dejan pasmados ante tanto salvajismo de secuestradores, extorsionadores, asesinos, ladrones, narcotraficantes y violadores. No se explica cómo han llegado a esa degradación, a esa deshumanización, a esa falta de los más elementales sentimientos de respeto a la vida y a la propiedad ajena. ¡No tienen alma, no tienen corazón, no tienen dignidad!

Hay medios informativos que se solazan resaltando las agresiones y ofensas a la autoridad, y que quisieran destruir o desautorizar a quienes les recordamos principios fundamentales de justicia, verdad, amor y perdón. A nosotros no nos dan cabida; en cambio, se enriquecen alimentando el rencor, la desconfianza y la falta de respeto, y así colaboran a la violencia e inseguridad social.
¿Qué significa celebrar la Navidad en este contexto? ¿Jesucristo es una respuesta?

JUZGAR

Estoy convencido de lo que decimos en Aparecida: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (18).

En esta Navidad, la mejor luz de esperanza que podemos ofrecer a nuestra patria es Jesucristo, pues “conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (29).

Si los asesinos, secuestradores, violentos, agresores y narcotraficantes conocieran en verdad a Jesús, su vida cambiaría totalmente. No harían falta más policías, ni más ejército, ni penas más severas. No se estaría pidiendo pena de muerte para ellos, como si fuera su único remedio. ¡No! Jesucristo no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

Aunque a algunos estas palabras les suenen a música celestial, les invito en esta Navidad a leer la Biblia, ir a Misa, darse unos momentos de silencio y reflexión personal, confesarse, ir ante un Sagrario y hablar personalmente con Jesús, vivo y presente allí. Experimentarán paz en su corazón, esperanza y fortaleza, ánimo para seguir adelante, incluso en medio de los problemas. Así lo dijimos en Aparecida: “No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste es el mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (14).

Hago mías las palabras del Papa Benedicto XVI al inicio de su pontificado: “¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida”.

ACTUAR

¿Quiere usted dar el mejor regalo a sus seres queridos? Lléveles ante Jesús. Acérqueles ante El. Invíteles a que le acompañen en las celebraciones litúrgicas? Ponga un nacimiento en su casa, y no sólo adornos sin Cristo. Hagámonos misioneros suyos, para que nuestra patria en El tenga vida, disfrute de paz, y se acaben la inseguridad y la violencia. Sin Cristo, todo lo que se haga carece de cimientos sólidos.

¡Cómo quisiera que todos pudieran vivir esto que dijimos en Aparecida!: “La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios” (29).


+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

viernes, 19 de diciembre de 2008

Carta de Jesús. (Una historia sobre el verdadero sentido de la Navidad)

Querido Amigo:

Hola, te amo mucho. Como sabrás, nos estamos acercando otra vez a la fecha en que festejan mi nacimiento.

El año pasado hicieron una gran fiesta en mi honor y me da la impresión que este año ocurrirá lo mismo. A fin de cuentas ¡llevan meses haciendo compras para la ocasión y casi todos los días han salido anuncios y avisos sobre lo poco que falta para que llegue!.

La verdad es que se pasan de la raya, pero es agradable saber que por lo menos un día del año, piensan en mí. Ha transcurrido ya mucho tiempo cuando comprendían y agradecían de corazón lo mucho que hice por toda la humanidad.


Pero hoy en día, da la impresión de que la mayoría de la gente apenas si sabe por qué motivo se celebra mi cumpleaños.

Por otra parte, me gusta que la gente se reúna y lo pase bien y me alegra sobre todo que los niños se diviertan tanto; pero aún así, creo que la mayor parte no sabe bien de qué se trata. ¿No te parece?

Como lo que sucedió, por ejemplo, el año pasado: al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!.

Resulta que habían estado preparándose para las fiestas durante dos meses y cuando llegó el gran día me dejaron al margen. Ya me ha pasado tantísimas veces que lo cierto es que no me sorprendió.

Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin hacer ruido. Entré y me quedé en mi rincón. ¿Te imaginas que nadie advirtió siquiera mi presencia, ni se dieron cuenta de que yo estaba allí?

Estaban todos bebiendo, riendo y pasándolo en grande, cuando de pronto se presentó un hombre gordo vestido de rojo y barba blanca postiza, gritando: "¡jo, jo, jo!".

Parecía que había bebido más de la cuenta, pero se las arregló para avanzar a tropezones entre los presentes, mientras todos los felicitaban.

Cuando se sentó en un gran sillón, todos los niños, emocionadísimos, se le acercaron corriendo y diciendo: ¡Santa Clos! ¡Cómo si él hubiese sido el homenajeado y toda la fiesta fuera en su honor!

Aguanté aquella "fiesta" hasta donde pude, pero al final tuve que irme. Caminando por la calle me sentí solitario y triste. Lo que más me asombra de cómo celebra la mayoría de la gente el día de mi cumpleaños es que en vez de hacer regalos a mí, ¡se obsequian cosas unos a otros! y para colmo, ¡casi siempre son objetos que ni siquiera les hacen falta!

Te voy a hacer una pregunta: ¿A tí no te parecería extraño que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos decidieron celebrarlo haciéndose regalos unos a otros y no te dieran nada a tí? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada año!

Una vez alguien me dijo: "Es que tú no eres como los demás, a ti no se te ve nunca; ¿Cómo es que te vamos a hacer regalos?". Ya te imaginarás lo que le respondí.

Yo siempre he dicho "Pues regala comida y ropa a los pobres, ayuda a quienes lo necesiten. Ve a visitar a los huérfanos, enfermos y a los que estén en prisión!".

Le dije: "Escucha bien, todo lo que regales a tus semejantes para aliviar su necesidad, ¡Lo contaré como si me lo hubieras dado a mí personalmente!" (Mateo 25,34-40).

Muchas personas en esta época en vez de pensar en regalar, hacen bazares o ventas de garaje, donde venden hasta lo que ni te imaginas con el fin de recaudar hasta el último centavo para sus nuevas compras de Navidad.

Y pensar todo el bien y felicidad que podrían llevar a las colonias marginadas, a los orfanatorios, asilos, penales o familiares de los presos.

Lamentablemente, cada año que pasa es peor. Llega mi cumpleaños y sólo piensan en las compras, en las fiestas y en las vacaciones y yo no pinto para nada en todo esto. Además cada año los regalos de Navidad, pinos y adornos son más sofisticados y más caros, se gastan verdaderas fortunas tratando con esto de impresionar a sus amistades.

Esto sucede inclusive en los templos. Y pensar que yo nací en un pesebre, rodeado de animales porque no había más.

Me agradaría muchísimo más nacer todos los días en el corazón de mis amigos y que me permitieran morar ahí para ayudarles cada día en todas sus dificultades, para que puedan palpar el gran amor que siento por todos; porque no sé si lo sepas, pero hace 2 mil años entregué mi vida para salvarte de la muerte y mostrarte el gran amor que te tengo.

Por eso lo que pido es que me dejes entrar en tu corazón. Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me has dejado. "Mira yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos". Confía en mí, abandónate en mí. Este será el mejor regalo que me puedas dar. Gracias

Tu amigo Jesús.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Homilía Pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.


12 de diciembre de 2008


Muy queridos hermanas y hermanos,

Hoy estamos de fiesta, hoy celebramos 477 años de las apariciones de nuestra Señora de Guadalupe, nuestra Reina del Cielo, la Patrona de todo el Continente Americano y de Filipinas, la Estrella de la Evangelización, la Mujer que se hizo morena identificándose con todas las más variadas estirpes y uniéndonos a todos como hermanos e hijos de un mismo Dios para construir juntos la Cultura de la Vida y la Civilización del Amor. Hoy celebramos el maravilloso encuentro que sostuvo con san Juan Diego Cuauhtlatoatzin y, por medio de él, la entrega de su Mensaje de amor y esperanza, que tan hermosamente está narrado en tantos documentos históricos, especialmente en el llamado: “Nican Mopohua” y, asimismo, también nos entregó su bendita Imagen plasmada en la tilma de este gran hombre, de este humilde macehual. Hoy nos sigue sorprendiendo que su señal, su Imagen, en esta bendita tilma, confeccionada en material vegetal, se conserve entre nosotros después de tantos años. Aquí está su hermosísima Imagen, que es toda una carta de amor para todos los hombres de toda raza, lengua y color. La Santísima Virgen María, la mujer que dijo “sí” a Dios, que puso toda su vida entre sus manos buenas y misericordiosas, viene a darnos a su Hijo Jesucristo; el cual quiere encontrarse con el ser humano y hacer una realidad las palabras del profeta Isaías que todavía resuenan en este recinto: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros” (Is 7, 14).

En la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe contemplamos que es una mujer “encinta”, es una mujer embarazada, una mujer que porta en su Inmaculado Vientre a Jesucristo nuestro Señor, Hombre verdadero y Dios verdadero, Sol de justicia y Luz que ilumina; por lo tanto, la Imagen de Santa María de Guadalupe es una imagen de una mujer de Adviento, de Espera, es “María estrella de la Esperanza” como dice el Santo Padre Benedicto XVI: “Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas […] Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros?” (Benedicto XVI, Spe Salvi, Nº 49.)

Y es verdad, fue Jesucristo quien eligió a esta humilde sierva, a la doncella de Nazareth, a María, para poner su tienda, su casa, su hogar entre nosotros, para quedarse en medio de los que lo aman, en medio de los que tienen fe, en medio de los que se mantienen perseverantes en la esperanza; pero, de igual manera viene por los desfallecidos, por los que han perdido la fe en el camino de los años, los alejados, los que no quieren saber nada de Dios, por los desesperados, por los que se han dejado llevar por las soberbias y los egoísmos, por los que siguen poniendo su corazón en las cosas temporales y viven entre los ídolos del dinero, del odio y la corrupción, entre la mezquindad de los robos, de los secuestros y los asesinatos, entre la suciedad de la promiscuidad, la violencia y la injusticia. Jesucristo nuestro Señor es quien sana y salva y viene a nosotros con un infinito amor y misericordia para que en Él todos tengamos el camino cierto, la libertad plena en la verdad y la vida en abundancia. Él es quien toma la iniciativa para sanarnos y salvarnos. Por ello, podemos exclamar junto con Isabel, la prima de María: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” (Lc 1, 43)

Santa María de Guadalupe es la que nos conduce a su Hijo Jesucristo: Camino, Verdad y Vida, quien desea vivamente conducirnos por el verdadero camino de la santidad en una profunda conversión; quiere conducirnos por la verdad que nos hace plenamente libres y nos llena de júbilo; que desea vivamente conducirnos por la vida plena que nos realiza como seres humanos ayudando a los otros, al prójimo, a descubrir el inmenso valor de su dignidad y de la misión de amor que les ha sido encomendada.

Dios personalmente viene por medio de su propia Madre, Santa María de Guadalupe, y quiere permanecer en medio de nosotros que somos su pueblo, su familia, sus hijos. Pero Dios siempre respetará nuestra libertad. Por ello, el Salmo 66 nos invita a pedirle a Dios que tenga piedad de nosotros y nos bendiga, pues si nosotros seguimos rechazándolo, si somos nosotros los que no queremos tener este encuentro de amor y plenitud, si somos nosotros los que cerramos los ojos y los oídos, los que clausuramos la entrada de nuestra alma y nuestro espíritu, si atrancamos las puertas de nuestro ser y no lo dejamos ni entrar, ni hablar, y mucho menos bendecir; seremos nosotros quienes perderemos el camino, nos cubriremos de mentiras y de errores, y la vida verdadera se nos escapará del alma y del cuerpo; perderemos el camino de la verdadera justicia y de la paz, viviremos en la desesperanza y en la traición, torceremos nuestro camino por senderos de muerte.

¡No hermanos míos! Todos nosotros hemos sido creados, no por un accidente o circunstancialmente, sino por el amor de Dios, por ese inmenso y misericordioso amor del Creador del cielo y de la tierra, ahí está nuestra dignidad: somos hijos de Dios, y nos ama tanto que quiere encontrarse con nosotros y lo realiza por medio de lo más amado para Él, su propia Madre, quien también es nuestra Madre, por ello no son en vano las palabras que nos dirige Nuestra Señora de Guadalupe por medio de su humilde mensajero, san Juan Diego Cuauhtlatoatzin: “Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas…”(Nican Mopohua, v. 118.) Así también lo proclama el Salmo 27: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Amparo de mi vida es el Señor, ¿por qué he de temblar?” Y esto mismo nos decía el recordado y siempre amado Siervo de Dios Juan Pablo II: “¡No tengan miedo! ¡Abran, abran, de par en par las puertas a Cristo!”. Y ahora también nos lo confirma nuestro Padre y Pastor, Benedicto XVI, al dirigirse a la Santísima Virgen María, a quien le dice: “¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípulos: no tengan miedo!”. (Benedicto XVI, Spe Salvi, Nº 50)

Todos nosotros podemos estar con la máxima seguridad de que contamos con el amor siempre fiel y misericordioso de Dios, por ello, lo podemos llamar con inmensa alegría “¡Abbá! ¡Padre!”; un Padre que hace de nosotros su familia y cada una de nuestra familias son este testimonio del Amor inmenso de Dios, y que juntos vamos a festejar próximamente al inicio del año 2009. Podemos saltar de regocijo como lo hizo Juan el Bautista cuando todavía se encontraba en el vientre de su madre Isabel, o cantar con júbilo junto con todas las naciones como nos lo manifiesta el salmo 66 el día de hoy; o exclamar como lo hizo la prima de María: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1, 45); o proclamar como la misma Virgen María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador.” (Lc 1, 46)

Sí hermanos míos, es el mismo Dios y Señor quien ha venido a poner su hogar entre nosotros, gracias a Santa María de Guadalupe, quien ha pedido precisamente la construcción de esta casita sagrada para darnos todo su amor, del cual nada ni nadie nos puede apartar. Es Él quien ha venido a encontrarse con cada uno de nosotros para que también nosotros digamos ese “sí” a Dios y Él pueda habitar en nuestro corazón y juntos poder construir la civilización del amor.
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